Monday, January 02, 2006

EL CUENTO DE LOS OREJAS LARGAS.

LA LEYENDA DE ISLA DE PASCUA.
(Fragmentos Publicados en UnoMásUno, México)

Había una vez un continente llamado Hiva, donde un terrible cataclismo sumergió sus vastos territorios en el mar. Para salvar parte de su raza, un rey llamado Hotu Matu'a se embarcó y navegó hasta dar con este lugar que nombró Te Pito o Te Henúa, el Ombligo del Mundo. Llevaba consigo a sus guerreros, mujeres semillas, plantas y animales, desembarcando en la única playa de la isla: Anakena.Como los isleños de hoy, ellos eran individuos de elevada estatura, de complexión vigorosa y aspecto fuerte con rasgos de corte fino, que recorren la isla montando su caballo, un símbolo de respeto vigente; con sus mujeres, las más bellas de Polinesia, de exótica belleza, cuerpo delgado y flexible y un inquietante quiebre de cadera al caminar, de carácter enérgico pero dulcísima; trajeron su idioma, con inflexiones polinesias pero absolutamente incomprensible. Es posible que antes de la llegada de Hotu Matu'a la isla ya tuviera algunos habitantes, en todo caso los recién llegados implantaron su propia sociedad constituida en numerosas tribus. Vivían de la pesca y de la agricultura y tenían ingeniosas costumbres para dominar la naturaleza.Posteriormente llegó una segunda emigración. Eran una raza más baja y ancha que los altos y delgados descendientes de Hotu Matu'a. Estos fueron probablemente iniciadores en la fabricación de las fabulosas estatuas de piedra esparcidas por toda la isla. Aunque otros dicen que ya estaban desde antes. Tenían la costumbre de estirarse los lóbulos de las orejas y de allí su apodo de orejas largas. Los moais no eran divinidades sino algo así como retratos de personajes importantes. Estas figuras enormes de piedra, algunas de más de 90 toneladas de peso, tenían una extraña y descomunal fuerza energética. Todas fueron talladas en la ladera del volcán Rano Raraku, sin más instrumentos que trozos de piedra, puesto que sus autores desconocían el metal. Su fabricación requería miles de horas-hombre y su traslado es tan incomprensible como la técnica de construcción de las pirámides de Egipto, con la diferencia de que en el caso de la isla de Pascua nunca hubo millares de esclavos dedicados exclusivamente a hacer moais, ya que su población nunca pasó de los 5 mil habitantes. Por eso a pesar de todas las investigaciones que se han hecho, todavía no se sabe cómo los isleños bajaban esas moles de piedra desde las alturas del volcán, y cómo las trasladaban por toda la isla y cómo las ponían de pie. Y encima le colocaban un sombrero de piedra que pesaba otras varias toneladas.Los pascuenses, desde que los primeros extranjeros los interrogaron hasta hoy día, responden que los moais se movían con mana: un poder de la mente que los arikis practicaban comúnmente en beneficio del pueblo. Ese mismo poder, que movía toneladas de piedra a través del aire, atraía el pescado hacia sus costas y ayudaba en la germinación de las semillas. Investigadores modernos no han podido explicar a ciencia cierta qué tipo de fuerzas utilizaron para trasladar los enormes trozos de piedra, pues sin duda la tracción animal es imposible en este raro sitio magnético en que las gallinas vuelan y ponen sus huevos escondidos en la incipiente vegetación. De todas maneras, las fotos en que vemos reproducciones de estas fantásticas estatuas no tienen nada que ver con las de su lugar de origen, que parecen ser simplemente seres escapados de un país de gigantes.En los tiempos en que empezaron a erigirse las estatuas sobre los altares, la cultura local había alcanzado un alto grado de división del trabajo, y las distintas actividades básicas estaban encargadas a grupos diferentes. Es así como existían pescadores, agricultores, constructores de altares, talladores de estatuas, sacerdotes, hombres sabios que transmitían el conocimiento, de tal manera que, al parecer, cada persona debía desempeñar una función previamente asignada.Pronto la isla estuvo poblada de numerosas y variadas construcciones. Los restos de ellas aún pueden encontrarse por doquier: casas en forma de bote con la quilla hacia el cielo, cuyas fundaciones estaban construidas por piedras talladas con una controlada precisión, y que circundando las plazas de los ahu (los altares de piedra) con sus espacios que daban albergue a los sacerdotes encargados de cada santuario; torres de piedra, generalmente circulares, que cumplían una función que para nosotros es aún oscura, pero asociadas a observatorios del cielo; rampas pavimentadas que descendían hasta el mar, por las cuales eran introducidas y extraídas de éste las embarcaciones pesqueras, supliendo así la escasez de puertos; grutas naturales que eran habilitadas como viviendas mediante el uso de mampostería; construcciones que protegían las vertientes, generalmente a nivel del mar, donde emergían del agua de lluvia, única fuente en una isla desprovista de ríos o arroyos, pero protegida por los depósitos naturales de agua en los volcanes, que la hicieron privilegiada y tuvo su esplendor.Las zonas de Vaihu y Akahanga eran sus puntos más densos de población; ahora pueden verse en el lugar numerosos ahus, sus altares a los dioses de piedra, varios semi destruidos. Frente a los ahus se construían ordenadamente las casas de piedra de no menos de un metro de alto por cuatro de largo, unidas una junta a otra para depositar los restos de los muertos ilustres y muchos otros objetos del poblado. Luego les colocaban encimas los moais, estos gigantes de piedra con esa forma de hombre de orejas y nariz sumamente largas, como las caras mismas, de labios finos que parecen apretados y ojos que semejan un mirar lejano, como oteando el cielo, con el cuerpo cortado a la altura de la cintura y los brazos formando parte, en bajorrelieve, del tórax; a los que encima plantaban su tocado o pukao, de otras varias toneladas de peso esculpido en piedra volcánica de color rojizo, que en la actualidad pocos conservan, especialmente porque casi todas las esculturas de los ahus terminaron de ser derribadas de sus podios por los evangelizadores católicos que pasaron por la isla hasta finales del siglo XIX. Un ahu, el llamado Heki'i tiene siete metros de altura. En Tahai, lugar cercano al puerto de Hanga Roa, donde se celebran exposiciones permanentes de arte nativo, se desenterró de un ahu una cabeza esculpida de extraña forma, de tipo redondeado y ojos hundidos. Cabezas del mismo estilo quedaron al descubierto en Tongariki, otra zona de la isla, con el maremoto que azotó a Chile en 1960. Los ahus, entonces, representan una época secreta y esplendorosa de Pascua, porque eran una forma de agradecer a sus dioses por el agua, las frutas, el sol, la luna, el trueno y el relámpago del mar, la buena pesca y la simple unidad de las tribus, cuando todos aportaban lo suyo, porque si los orejas chicas tenían la escritura y un orden social, los orejas largas tenían toda la fuerza necesaria para moldear la piedra a imagen y semejanza de sus sueños.La isla carecía de minerales, contaban sólo con roca y se dedicaron a ella, fueron también competentes arquitectos además de hábiles escultores; por ejemplo, las casas de la aldea sagrada de Orongo fueron construidas con un singular sistema de superposición y contrapeso de lajas que es único en el mundo. Con ese mismo estilo construyeron sus templos y monumentos hasta de 14 metros de altura, utilizando piedras de unos 40 kilos de peso. Desafiando la gravedad mediante el recurso del contrapeso y el abovedamiento daban variadas formas a estas construcciones; vemos una de ellas en forma de pez.Es posible imaginar que en el curso de este progreso creciente los habitantes estaban imbuidos en una sensación de absoluta confianza en sus propios medios, y de seguro tenían una fe muy grande en su destino. Pero este mismo avance hizo germinar la semilla de su destrucción: los recursos naturales fueron progresivamente destruidos, y pronto la situación hizo crisis. El delicado equilibrio que había mantenido en constante desarrollo una cultura sorprendentemente activa, se rompió, y lo que empezó como una disputa entre los dos grupos principales, se extendió a toda la isla. Conjeturalmente, esta revolución social fue debido al empleo de excesiva mano de obra en la construcción de los monolitos por parte de las castas religiosas, lo que dejó a la isla sin brazos para agenciarse alimentos.La guerra fue causa de que las actividades más importantes fueran interrumpidas bruscamente, al no encontrar los trabajadores un ambiente que les ofreciera una mínima seguridad personal. Los sacerdotes, que con su poder religioso habían sido los controladores de los demás isleños, perdieron su liderazgo, el cual recayó en los guerreros o matatoas. La costumbre de ingerir carne humana, hasta esos momentos practicada sólo con carácter ritual, cobró una finalidad más práctica, y la gente era perseguida y devorada para complementar la deficiente alimentación. La cultura se desintegró rápidamente. Según excavaciones, en ese entonces comienzan a preocuparse de fabricar armas y a derrumbar de sus pedestales las estatuas abandonándolas con su rostro hacia el suelo, motivados por la desesperación y la pérdida de fe en sus protectores. Por esa época cobra una gran importancia el extraño culto a un hombre-pájaro, el Tangata Manu (o Manutara), cuya ceremonia tenía lugar en el sitio ceremonial de la ciudad sagrada, en torno del volcán Rano Kau, en el extremo sur de la isla; del hombre-pájaro existen numerosos petroglifos en la zona, en todos se muestra semejando una cara humana detrás de una escafandra que toma forma de pico de ave, o simplemente es esférica; sépase que hay figuras en la piedra en que se ve a este hombre-pájaro cubierto por extraños artefactos y lleva ¡botas! Pero Orongo era también ciudad levítica (residencia sacerdotal), astillero y centro de observaciones astronómicas, por eso se encuentra casi todo el sitio plagado de dibujos y tallados. A la llegada de las primeras expediciones, Orongo era receptáculo de construcciones que resguardaban especialmente las tablillas de madera endurecida con escritura rongorongo, mucha de la cual, afortunadamente, quedó también grabada en la piedra, sin descifrar aún, o todavía ocultas en alguna cavidad de las 46 cuevas que hay allí, colgadas sobre el acantilado.Según el sistema de medición con carbono, se ha fijado como inicio de la guerra el año 1680 de nuestra era. A la llegada de los primeros visitantes europeos, su sociedad estaba completamente deteriorada y no pudieron presentar oposición a los despojos y las rapiñas cada vez más frecuentes, que terminaron por decapitar la cultura local. Llegó un momento en que sólo se censaron 111 nativos (entre ellos los miembros de la familia Pakarati), que habían sobrevivido a las expediciones que buscaban esclavos. Hoy, esto es historia. Cuando el gobierno de Chile tomó posesión de la isla, lenta pero segura la curva decreciente se niveló y empieza a crecer nuevamente hasta el momento actual, en que nos encontramos con una sociedad pujante y vigorosa. Con un pueblo isleño que tiene interés por ampliar sus conocimientos, el de sus hijos; con profesionales universitarios y técnicos en todas las áreas; con artistas de enorme sensibilidad, como las folkloristas Kara Tepano y Anita Haoa; la narradora Angela Twki; la pianista Ester Pakomio Haoa, o la dinastía Pakarati de talladores de piedra y madera con su legado artesanal: la habitación en que vivo está custodiada por dioses antiguos que brotan de la madera o se hacen piedra, la puerta de mi cuarto es un moai cuajado de escritura rongorongo y las paredes están bordadas en motivos ancestrales, seres vegetales vivos, flores enormes y otras diminutas, figuras sonrientes que cobran vida en los círculos dentro de círculos; hay una pequeña foto de la artista folklórica Mónica Pakarati Tepano y Klaus Drekmann, el técnico alemán agrimensor de triangulación de satélites, el día que se casaron, antes de partir a Etiopía, donde él debía continuar su trabajo. Vigila mi sueño un dios protector, de madera de sándalo en talla perfecta. Los talladores tienen una gran habilidad para el manejo del kauteki, la tradicional hacha polinésica, a la que han cambiado la piedra por el acero. Hay otros varios artistas que pueden considerarse extraordinarios, como Melchor Huke, notable pintor que se inspira en el tema del moai, especialmente de Rano raraku. Y también Carlos Huke y Patricia Saavedra, artistas que trabajan los tallados en madera y la corteza del mahute, planta que según la tradición introdujo en la isla el rey Hotu Matu'a. Ellos logran una tela muy firme a pesar de que no utilizan técnicas de hilado; dejan remover la corteza en agua de mar y luego la aplanan para diseñar el corte del trozo de mahute, logrando piezas de gran belleza y acabado, que han sido expuestas en varios países de América y Europa.Estos últimos años, los trabajos de investigación arqueológica han sido llevados a cabo en forma programada y con regularidad, de modo que hoy día podemos presenciar casi exactamente y a pesar del tiempo, cómo lucían algunos imponentes altares y lugares ceremoniales que constructores orgullosos de su condición de hombres religiosos y con seguridad en sus propios medios, hicieron aparecer en el centro del mundo. Hombres y mujeres de casta fuerte en que la sensibilidad, además de ser presente inmediato en su expresión escrita en las tablillas parlantes y jeroglíficos, conservan un rico patrimonio de danza y música.En la Isla de Pascua, todo acontecimiento, viejo o reciente bueno o malo, es transformado en música y canto. El pascuense tiene por naturaleza esa facilidad extraordinaria de expresión musical, al parecer común en los pueblos isleños de la Polinesia. En la actualidad, la música y las danzas originales de Rapa-Nui han sufrido cambios debido a la influencia foránea, sobre todo desde otras islas de la Polinesia. Por lo que existen danzas, cantos y melodías en que se entremezcla en forma única el mito, la invasión y el sueño.El Sau-Sau, por ejemplo, la danza-canción más popular en la isla es de procedencia híbrida, a la expresión original del pueblo Rapa Nui se agregaron elementos que vienen de la danza Tamure (Tahiti) y el Hula Hula (baile popular en toda Polinesia que se popularizó desde Hawai), danzas que consisten en movimientos de caderas y manos que ejecuta una pareja. Como el sau-sau se canta y se baila repetidas veces en las reuniones familiares, ahora, toda fiesta que se realiza en Rapa Nui lleva, por añadidura, el nombre de sau-sau, palabra que no tiene una traducción literal por no corresponder al idioma de rapa Nui ni al de Tahiti; "es posible que sea una voz que procede de la isla de Samoa", dice Ramón Campbell.Se afirma que el sau-sau tomó su forma actual a comienzos del siglo XX. Se dice que fueron músicos polinésicos que vinieron como tripulantes del yate alemán "Die Walkirie", procedentes de Fidji, Tahiti, Samoa y otras islas, los que terminaron de enseñar a dar forma a esta alegre danza y canto a los habitantes de Rapa Nui. El texto, en su primera parte original, está escrito en un extraño dialecto, desconocido, que los isleños aprenden rápidamente, aunque sin llegar a comprender su significado. Más tarde se le agregaron dos estrofas en idioma local, de música no menos bella y con ritmo alegre y sensual que terminó de dar forma a lo que se ve.Para el antropólogo Ludovic Lutard, que ha trabajado en la isla: "El baile sau-sau, en sí, muestra expresivamente el acto de copular, con movimientos que denotan elegancia, armonía y sencillez. Su explicación radica, tal vez, en sus antepasados, quienes no contemplaron al sexo como un tabú, sino como algo muy natural. Esa es la razón por la que música y danzas pascuenses denotan lo sentimental, la naturalidad y la sencillez más absoluta en las relaciones entre el hombre y la mujer. El sau-sau posiblemente sea procedente de las islas Fidji, por la formación literaria, porque la letra "s" no existe en lengua pascuense ni en lengua tahitiana; pero sí existe en el alfabeto de Fidji y Samoa. Aunque, tal vez sea posible que en sus orígenes esta danza-canto tuviera un nombre más antiguo que se perdió".La notable investigadora chilena Margot Loyola, quien ha estudiado detenidamente las danzas de la Isla de Pascua, nos hace una interpretación de los pasos y figuras de este baile:"El sau-sau es una danza de pareja suelta e independiente, que realiza sus evoluciones casi rozándose. Cuando intervienen varias parejas, éstas no se mezclan, manteniendo cada una su independencia respecto de las demás. Los movimientos son suaves, siendo ajeno al baile todo gesto brusco o expresión dura. Los movimientos principales son el de brazos y caderas. El brazo, la mano y los dedos forman un solo bloque cuyos movimientos semejan líneas suaves y ondulantes. Ambos brazos siguen movimientos libres y a veces la mujer insinúa peinarse el cabello. El movimiento de caderas es principalmente lateral, siendo el paso de poco avance y muy apegado al suelo. No hay grandes desplazamientos, bailándose más bien en el puesto y cada bailarín realiza giros individuales, teniendo como eje uno de los dos pies con el talón ligeramente levantado".El sau-sau que he visto bailar en Rapa Nui, se inicia como es costumbre en los bailes continentales: con la correspondiente invitación del varón a la dama. Aquí no hay nunca negativas, y jóvenes o viejos, ancianos o muchachas, todos participan por igual del placer de la danza. La pareja empieza el baile con una especie de corrido, abrazando suavemente el varón a la dama, casi sólo rozándola, y dando algunas vueltas por la pista de baile. Después de unas tres o cuatro vueltas la dama es soltada del brazo que la ciñe y queda cogida sólo por la mano izquierda del galán. Entonces debe ella hacer algunas vueltas sobre sí misma, girando sobre el eje que le proporciona su compañero con su mano, mientras la contempla girar. Después de esta fase, en la cual la dama da unas dos o tres vueltas sobre su eje, la pareja se separa y se inicia la parte mas original del baile. Esta parte se caracteriza por cruces mas o menos en línea oblicua de la pareja en uno y otro sentido, siempre dándose el frente y ejecutando diversas figuras paralelas que se van complicando cada vez más. La multiplicidad de las figuras que ejecuta la pareja se alterna con pequeños intervalos en los cuales los danzantes, colocados a los extremos de sus respectivas pistas, se detienen un instante para iniciar una nueva figura de diferente forma; la pareja hace giros sobre su eje cada uno, única ocasión en que se dan la espalda, para volver a danzar de frente en posición ligeramente oblicua del cuerpo. Es habitual entre los bailarines más antiguos hacer una figura curiosa en la cual el hombre con un brazo avanzando hacia delante, insinuante, lo pasa a través del brazo de la dama posándolo sobre su cadera sin llegar al abrazo. También es frecuente que entre las figuras femeninas aparezca aquella del peinado ante el espejo que menciona Margot Loyola. El varón suele hacer también una figura parecida; en la cual más bien simula sujetarse la cabeza con una mano en la región occipital y el otro brazo estirado hacia adelante al encuentro de la dama. Dentro de esta coreografía del sau-sau existen muchas variaciones figurativas, entre las cuales cabe mencionar variadas posiciones o acciones de los brazos y manos a veces colocados sobre las caderas u otras ambas manos sobre el vientre, como apoyando la ondulación sensual descrita anteriormente. En ciertas oportunidades se acostumbra hacer oscilar las manos puestas horizontalmente a ambos lados, como las alas de un pájaro, con mucha gracia. El baile suele durar mucho, a veces media hora o más, y es de muy mal tono interrumpir. Las parejas prefieren transpirar o fatigarse en extremo antes que suspender la danza que por otra parte, en la alternativa de las figuras, deja oportunidad para algunos respiros de descanso. Lo corriente es que el final sea anunciado simplemente por simple aceleración de la danza siguiendo el ritmo, que es llevado a un verdadero paroxismo. Observando algunas gentes de edad avanzada danzar es impresionante la resistencia física que demuestran juntamente con la gracia, muy propia del isleño. En todo caso, una de las cosas más pintorescas es ver bailar sau-sau a los turistas que visitan Rapa Nui, porque todo el mundo aquí baila.La energía que envuelve la isla hoy día se siente en toda su enorme intensidad. A los pocos días de estar aquí comienzo a vivir esa extraña sensación de embrujamiento de la que tanto se ha hablado y escrito. Es verdad. Absolutamente real. Visitar el cráter de Rano Kau, estar en Orongo, la aldea ceremonial del hombre pájaro, ver el Ahu Tongarika, que está reconstruido pero tenía más moais y era uno de los sitios más bellos hasta que la enorme ola que vino del mar barrió con todo y dejó el lugar convertido en un cementerio de estatuas; o visitar las cavernas sembradas con flores de luz y gotas de agua, es un espectáculo maravilloso. En noche de luna llena visitando el cráter del Rano Raraku, la cantera que aprovisionó a los pascuenses de la piedra necesaria para sus estatuas, uno entra en un enorme escenario con actores de piedra listos para iniciar su acto; abundan las hachas líticas con que canteaban; se ven numerosas esculturas a medio construir, unidas todavía algunas a la cantera del cerro. Existe allí un moai inacabado de 24 metros de alto y unas 100 toneladas de peso. Todo irradia la terrible fuerza de la isla, y cada persona que la pisa piensa en algún momento en no dejarla nunca más, en quedarse para siempre. Porque estar allí es cierto que es como estar parado en el lomo de un ser vivo, una bestia del mar cuyo cuerpo son las extrañas e inexploradas cavernas que se extienden bajo tierra. La ubicación exacta de la Isla de Pascua, Rapa Nui, es al Este del sol y al Oeste de la luna. Y es un enigma permanente.
(c) Waldemar Verdugo Fuentes.